La piedra que nadie tiró

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Paisaje de Colonia - Eberplatz

“Entonces los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio.” Juan 8:3

Siempre están los dos grupos. En un lado estaba la mujer adultera, que había sido encontrada in fraganti. Obviamente que era culpable, ella había elegido cometer ese pecado. No había sido obligada. Había sido su decisión. Seguramente cuando lo hizo, no pensó en las consecuencias, pero ahora, en el centro de las miradas y a punto de morir apedreada, se daba cuenta de lo terrible de las consecuencias de sus actos. Ahora ya era tarde, y necesitaba imperiosamente la Gracia de Dios.

En frente estaba un grupo numeroso de hombres de ropa elegante, formalidad religiosa que traían cada uno una piedra grande en la mano. La pregunta era solo una formalidad, ellos ya habían hecho el juicio y decretado el castigo. Los escribas eran aquellos que reglamentaban la Ley de Moisés y detallaban que cosas se podían o no hacer en cada situación. Los fariseos era un grupo religioso extremista que intentaba cumplir al pie de la letra no solo la Ley de Moisés sino también todas las reglamentaciones que los escribas escribían.

Este grupo simbolizaba las más alta casta de religiosos de la época, aquellos que más conocían de las Escrituras, aquellos que enseñaban de las leyes de Dios. Y paradójicamente, aquellos que estaban más lejos que nadie de la Gracia divina. Su objetivo en la vida era señalar y juzgar el error ajeno. Siempre estaba su dedo índice marcando pecados de otros, mientras que en la otra mano acariciaban la piedra que querían arrojar.

Pasaron dos mil años de aquella historia, pero los personajes se siguen repitiendo. Seguimos viendo personas con pecados evidentes y condenables, aquellos que visiblemente rompen las normas de buena educación, conducta o moral. Pero también vemos mucho religioso de etiqueta que señala con un dedo el pecado y levanta con la otra mano la piedra del juicio.

Muchas veces sin darse cuenta que el orgullo, la falta de misericordia, la discriminación, la murmuración o el prejuicio también son pecados que Dios condena. Y merecen una piedra como los otros pecados.

Frente a ambos grupos, gracias a Dios siempre está Jesucristo. Él sigue teniendo paciencia para ambos, amor para ambos, Gracia para ambos. En su idea de iglesia, no deberíamos estar en ninguno de estos grupos. Deberíamos ser como Jesús que muestra gracia.

REFLEXIÓN – ¿En qué grupo estás?

Fuente: nuevavida89.9.com

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